Los seres humanos, links de signos sin significado plenos de pura posibilidad, hemos vivido siempre expatriados, fuera de casa, atados a nuestras necesidades, incapaces de transformar nuestro destino de especie, colgados eternamente del lenguaje en una búsqueda destinada a fracasar. No obstante, cada uno es el escenario del proceso del mundo y lo que rescata al hombre es justamente la experiencia de este mundo como resistencia, como lucha, una experiencia de libertad, un estar expuesto a la existencia desde lo irreductible de la singularidad, de espaldas a toda generalización
El hombre deambula hoy como un Osiris moderno
con sus fragmentos enredados en el caos de las urbes, enfrascado en un
horizonte y vuelto sobre sí. La elección de salir de ese- mundo que-decide- por-
él, de desaprender la con-formidad y desanclarse de la lectura lineal de la
complacencia gregaria es lo que le confiere el punto más alto de su
singularidad
El tiempo no contiene al hombre sino que el
hombre constituye el tiempo en la
decisión de apartarse del eco. Es necesario pensar desde la crisis de los
referentes colectivos culturales de sentido. La comunidad está hecha de la
interrupción de las singularidades
No nacemos raíz, nacemos vuelo
Solo lo visible brilla. Solo su victoria brilla, puesto que incluso su derrota es brillante
Hay que pensar este punto: la victoria de lo invisible no brilla
El hombre hoy habita un mundo en oferta travestida de imperiosa necesidad y sus mandatos ineludibles se convierten en el motor de su existencia, pequeños horizontes que van dibujando sentidos efímeros y ocupando un vacío inexcusable, una ausencia, una herida, siempre y a su pesar abierta e incurable. No sabe de su oquedad, la vive. Este es el momento cuando el mundo tambalea, cuando el hombre queda solo frente a sí ignorándose: ese sería el gran desafío del ser
La situación de los hombres hoy brota del “dios
ha muerto” pero queda la efigie, el ídolo, la materialidad de la ausencia. Dios
hoy es el concepto de “dios”, con comillas, un dios de la réplica. El ídolo señala un pensamiento cuya creación
pertenece al hombre. Es lo que dios no es. Si dios se queda en ídolo eso que
hemos creado no nos deja percibir esa vibración de su ausencia. Vivimos los tiempos
de la sombra de dios y nos cobijamos en el escepticismo que la testimonia,
considerado con ligereza de vocabulario una especie de nihilismo
El discurso del escéptico es un metalenguaje de
lo ausente, el más puro deseo de absoluto. Nunca puede prescindir de lo mismo
que cuestiona. Lo necesita para sustraerlo, para decir que no existe, y al
hacerlo, afirma su existencia “en la que no cree”, instala una profesión de fe,
toca los bordes de la credibilidad. Es la sombra del creyente dogmático, el
acicate de esa nada no representada, lejos de la medida del hombre
El escéptico es un aventurero de lo Abierto, un
buscador infatigable, un amante de lo indecible. Está cerca del místico por esa
necesidad de la lejanía, por su desconfianza en lo demasiado cerca, en lo
demasiado humano. Cree con más fuerza en la ausencia que el creyente en la
presencia, tiene la mira en otro lugar donde adivina lo sublime, y a pesar de
su aparente nihilismo su intuición significa sin completar el sentido. Dirige
su mirada hacia lo inabarcable
El metalenguaje del escéptico deconstruye un
símbolo, lo pulveriza e instala lo desconocido, el agujero del símbolo. Para él
conocer la verdad es el silencio eterno. Oculta la melancolía de la ausencia
pero la dice de una forma otra. Rompe al idólatra en sí mismo inaugurando un
espacio no idolátrico para dar cabida al misterio. El concepto de dios no
podría prometer nada de dios porque el privilegio de los dioses es ser
invisible,incomprensible e inalcanzable
2016