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588 - La revolución de lo sensible
No hay soluciones fáciles para el desorden político de nuestra época.

Habría que aprender a ser hombres iguales en una sociedad desigual, a desandar la engañosa textura de la falsa igualdad de un mundo erigido sobre la desigualdad, pensando del lado del disenso para desmarcarse de la revalidación de un orden de sentido único - para el que hemos sido adiestrados - tras una mansa aceptación, tras un largo proceso que hoy culmina con la tiranía del algoritmo

La clave sería emanciparse, desandar la comodidad de las tranquilizadoras explicaciones de doble filo y volvernos hacia zonas menos placenteras, hacia territorios más escarpados de sinuosas revelaciones

Sería una invitación a distanciarse de sí, a vivirse en la incomodidad de un desacuerdo consigo mismo que borre lo acostumbrado de las retinas de quienes renunciaron a mirar y que solo ven bajo la indiferencia del hábito de lo ya establecido, de la negligencia de no reflexionar, un pensamiento que se cuestione a sí mismo y se arranque del saber de autoridad, creando otras apariencias, reinventando nombres, identidades, tiempos y palabras, teniendo la igualdad como axioma y lo político como espacio,

un pensamiento como espacio político del disenso, como perturbación de un poder que organiza y perpetúa las divisiones sociales, que asigna funciones y congela roles, que halla sus razones en la exclusión y en la alteración de las jerarquías

 

Por eso la política no puede existir sino como un acto de interrupción, de desregulación o de fractura, que disuelva la concepción elaborada por los que detentan el poder y que consideran a la comunidad tan solo como la suma de sus partes, una política que se interese por el análisis de la distribución de los espacios, los tiempos y las prácticas que han conducido a ese estado de cosas, un pensamiento que se erija sobre la propia dificultad de la política,

en suma, la emancipación del espíritu respecto de su condición como mera vida o como vida desnuda, y que dependa del despegue del hombre de su apego a la representación del dispositivo categorial que lo determina, de la violencia por medio de la cual la potencia del ser traspase el discurso categorial que lo aprisiona, una forma de inventar otro modo de habitar todos juntos un mundo sensible en medio del mismo curso del tiempo

 

Lo que está en la base de la política -parafraseando a Rancière - es la creación de disensos que hallan en el arte una forma de expresión. Las prácticas estéticas se cruzan con las prácticas de la política porque configuran un sistema de evidencias sensibles que tornan visible estos dos modos distintos del ser-juntos de lo humano

Lo sensible plasma una manera de ser y una relación de visibilidad/invisibilidad que estructura el espacio social, y representa el modo inmanente sobre el que se estructura arbitrariamente la dominación social y política. Al percibir un aspecto de los “otros” - un olor, un color, un sonido - que enunciamos de distintas maneras, en realidad estamos expresando la interiorización de las divisiones sociales. Lo sensible o la estética se vuelven así referentes de divisiones desiguales, de un modo de distribución de los cuerpos, de un recorte del espacio y del tiempo, de lo visible y de lo decible que posibilita al mismo tiempo elaborar un patrón de lo que es normal y aceptable con la consiguiente exclusión de los fuera del rango. Desde siempre hubo en la base de la política una estética

 

Este mundo que construimos nos protege del choque de la contingencia, de la conciencia de finitud y, mal que nos pese, se ha convertido en una especie de karma que nos dificulta ver las discontinuidades que nos atraviesan. Por lo tanto, es insoslayable repensar la estética en su verdadera dimensión política a partir de la redistribución de lo sensible que Rancière configuró y que implica una ampliación del mundo sensorial dominante para poder situarse frente a un mundo cada vez más homogéneo y consensual donde el disenso - que es propio de la política - se ve camuflado por el crecimiento del acceso a bienes simbólicos como la información, la comunicación, la expresión y la fetichización de la imagen

Tenemos una intimidad subliminal con la imagen que no depende de una atracción identitaria sino de un régimen colectivo de desidentidad que conduce a la homogeneización social, a la conformidad, a la unanimidad – o a la “unanimiedad”

 

Las imágenes como formas de disenso, pueden reconfigurar las estrategias para generar el arte pero el problema concierne al dispositivo mismo

A través de los desplazamientos de la mirada se produce un encuentro con algo nuevo y extraño, algo que perturba y desordena las lógicas dominantes, por eso una posibilidad es dejar de anticipar el sentido de la obra, hacer una redistribución de lo sensible para no ir hacia ella in-formados con una lectura pre -digerida. Así las imágenes pueden cambiar nuestra mirada al hallarse frente a un elemento impredictible

 

El creador sabe que debe sacar de su zona de confort al espectador para que éste reaccione, así interpreta y traduce y resuelve cómo lo afecta el fruto de su observación. La mirada no se contrapone a la acción ya que en el proceso de mirar también hay acción. Las imágenes como formas de disenso también pueden reconfigurar las estrategias para generar un arte político porque no por mostrar injusticias sociales se está haciendo arte político. El problema no depende del “mensaje” transmitido por el dispositivo, tiene que ver con el dispositivo mismo, así las formas de irrupción del dispositivo pueden variar sin ser parte de la disciplina del arte

El contagio del arte por la publicidad es la prueba irrefutable de la penetración del mercado, de su ubicuidad en la sensibilidad actual. Así, debe trabajar críticamente con lo que sabe: con la ideología en la que nos movemos que texturiza las relaciones sociales entre los hombres y sus producciones, con el descubrimiento de los mecanismos mediáticos de distribución y producción de las imágenes, y con la comprobación de cómo nuestra mirada coincide unívocamente con lo que se esperaba ver

 

El arte es un dispositivo de exposición, una manera de hacer visible una experiencia creativa en medio de la intrincada urdimbre de la cultura. No es político por su referencia a temas, discursos políticos o por ilustrar determinadas ideologías – el arte es irreferenciable - ni tampoco porque logre manifestarse fuera del territorio legitimado del arte

 

Es político por la distancia que toma en relación a sus funciones, por la clase de tiempos y espacios que instituye, por la manera mediante la cual corta el tiempo y puebla el espacio

 

Lo político del arte dista de ofrecerse como lugar de la ideología; lo político es una condición inherente del mismo donde la pasividad del espectador puede ser cuestionada a través de la creación de un dispositivo que entrega una nueva manera de ver el mundo del arte y una relectura de las sitios del dominio, un nuevo reparto de lo sensible, donde lo sensible ya no sería el privilegio de algunos sino un derecho para todos

Esa reconfiguración de lo sensible se propone hacer visible lo que no lo era y hacer escuchar las otras voces que eran percibidas como ruido. Una tarea de disenso

 

La política se ha convertido hoy en todos los ámbitos del mundo actual, en una lucha entre varios frentes, los ciudadanos divididos y replegados sobre sí, los políticos enfrentados y las noticias en el centro de una comunicación prostituída de discusiones desbordadas, grandilocuentes y deficitarias.

En otro tiempo, la política aspiraba a configurar otro mundo mejor pero en este presente oscuro y caótico los responsables que se alojan en el entorno cercano y vacilante de la política no saben bien a qué atenerse frente a la imprevisibilidad y descontrol de lo advenido y no aciertan a dejarse interpelar por este mismo presente y no por uno imaginario que solamente nos deja con el desencanto de haber agotado los recursos, de haber reciclado la última versión de lo Mismo

Pensar la política hoy es pensar el desastre de la política. No se pueden desligar las ideas políticas de una concepción del mundo, del respeto por la pluralidad de la vida, por los modos de existencia que debemos salvaguardar contra el reduccionismo asfixiante de lo que hoy se vive, y que constituye la mayor riqueza del ser humano

La política, hable de lo que hable, debe dar cuenta también de su discurso. En todo decir dice ante todo el lenguaje mismo. Todo se repite, se agota, se banaliza, también el discurso desencantado, sustituto crítico del orden establecido que se vacía y se prolonga. También las promesas de cambio y las demostraciones de fuerza y de poder entremezcladas con gestos grandilocuentes y demagógicos fuera de lugar

 

Una política que no quiera reducirse a la impotencia de una mera gestión heroica pero radicalmente vacía debería reconocer su carácter contingente, revocable, tentativo

Pareciera que la política ha tocado sus límites y más allá de ellos solo puede encontrar un mundo distópico

 

Se necesita partir desde la singularidad con su cuota de irreductibilidad y no desde la identidad

Se necesita de la paciencia, no como responder de algo sino responder a algo, intensificar el aspecto dialógico de la reflexión y posicionarse de otro modo como interrogante, dejarse interpelar por un presente abierto a la contingencia, a cuestiones que siguen abiertas pero veladas, a la espera de la palabra que pueda enunciarlas. Todo pensamiento vivo va a encontrar respuestas para nuevas preguntas que al responderlas se volverán otras

 

El pensamiento vivo surge cuando el hombre es capaz de esperar ese pensamiento que, más allá de toda interpretación, se encuentre abierto y nunca clausurado, eternamente volviendo a nosotros, un pensamiento que no contenga todo ya sabido de antemano sino que lo aguarde todo y se mida por los vínculos entre los hombres, la captación de todo ser en la inmediatez de un instante

 

Si la política sigue sujetada al discurso del Ahora y pretende adaptarse a la dinámica del mundo en lugar de interrogarse sobre el curso deseable de las cosas, está destinada a la in –significancia y a la insignificancia

 

Nuestra época que se muestra a sí misma su tiempo como un sucederse precipitado de múltiples festividades, en realidad es una época sin fiesta, una época de pasiones tristes, un tiempo de mera supervivencia

 

Hay un hiato entre un tiempo inaugural y éste de incertidumbre y desasosiego. Ese hiato es el que urge rescribir

La defensa de lo sensible y su celebración se manifiesta en nuestra legítima voluntad de vivir sin ser amputados de ninguna parte de nosotros mismos

La salvaguarda de lo sensible da prueba de nuestra indomable singularidad

 

 

 

 Febrero 28 de 2024