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596 - La tarea política del pensamiento
El escenario más notable de nuestra sociedad revela que el bienestar de los ciudadanos ha dejado de importar

La humanidad en este escenario está apartada de sus auténticas posibilidades. La alienación alcanza ya a las raíces y darnos cuenta de ello es el primer paso esencial para una verdadera reflexión sobre el caos que habitamos. La amenaza que los poderes alzan hoy contra el hombre es un impulso letal que circula de célula a célula en cada comunidad: son las erráticas, mutables y férreas presiones del estilo de existencia general

Las crecientes y dramáticas desigualdades se asientan en la planificación de medidas que favorecen a unos en desmedro de otros a través de un guión de hierro basado en el frío cálculo y la indiferencia de los que detentan el poder hacia los más débiles - de situación precaria - y en las altisonantes medidas para favorecer la circulación óptima del dinero, en el rechazo del diferente, de quien piensa distinto, de la ajenidad en suma, así el solipsismo social impera como categoría antropológica y va cercenando la capacidad de empatía y la virtud de la compasión cuya consecuencia es el menoscabo de la cohesión social

¿La política tiene todavía algún sentido? Es la pregunta de Arendt que hoy sigue resonando, y si bien la primera e inmediata respuesta fue que el sentido de la política era la libertad, hoy esta respuesta no alcanza porque ya no cuestiona el sentido de la política como antes se hacía, a partir de experiencias que eran de naturaleza no-política o incluso anti-política. Hoy surge de experiencias políticas muy reales: de la desgracia que la política ya ha ocasionado y de la que aún amenaza ocasionar. Así esa pregunta vibra más radical, más agresiva y desesperada

El ser humano atrapado en el tiempo y en el espacio, consciente de sus propias limitaciones, prisionero de sus necesidades, seducido mientras cumple sus objetivos, cae en las redes de un servilismo voluntario atraído por quimeras y promesas varias, arribando por esta vía a ser un insolidario competidor salvaje haciendo uso de su inmunidad política fabricada por la partidocracia a la que pertenece. Estamos frente a un paradigma económico, profesional y social que intensifica la vida racional y la hace indiferente a toda realidad individual esgrimiendo el dinero(poder) como supremo igualador o supremo discriminador. Siempre, el rasero es el dinero, como decía Jean-Luc Nancy

En esta sociedad, el perfil más extendido entre los ciudadanos y sobre todo entre los políticos que detentan el poder, es el de un ser que no se detiene ante nada que ponga en peligro el espacio que supo ganar abdicando de lo que fuere, haciendo gala de un discurso donde prima la estrategia, a veces de fingida humildad y otras, de un autoritarismo rampante donde parece no haber lugar para una democracia

El ego irrenunciable, el consecuente narcisismo, la ambición desmesurada y la flagrante incapacidad para administrar el capital de lo que llamábamos “pueblo”, es el contexto de una sociedad éticamente desquiciada donde los “políticos” acceden a la vis pública totalmente desguarnecidos de las capacidades que hacen falta, y los ciudadanos,“el pueblo”, atado de pies y manos, ocupa la popa del sistema mientra el poder devora ese espacio vacío. Un lenguaje encubridor legaliza y certifica todos los niveles de sentido y dibuja un lenguaje autoritario que se plasma a través de un orden que genera núcleos de poder en torno a una voluntad de verdad que se reputa como única y que es la que genera los criterios que luego administran nuestra forma de hablar y de pensar, criterio de consensos infatuados, mientras que dar lugar al disenso enriquecería el obrar humano y consolidaría una sociedad plural al mismo tiempo que obturaría cualquier intento homogeneizante o totalitario

El disenso surge como una función ético política por antonomasia como origen de la legitimidad política de la democracia que es plural y participativa y no “acuerdista” que es la que se caracteriza por decidir antes de deliberar, o sea la que el poder transforma en un simulacro de legalidad, apropiándose de la producción de sentido, y el disenso es la intención de otorgar o un sentido distinto, alternativo, no conformista a lo establecido, reservado al pueblo en su conjunto

Pensar desde el disenso implica caracterizar la crisis de representatividad política no como una falta de los hechos en su construcción, sino porque lo que está en juego es la anulación de la política dada que ha invalidado el principio de soberanía de los pueblos, teniendo en cuenta que las decisiones políticas se toman desde los centros mundiales de producción de sentido que nos son ajenos

Apropósito, Hannah Arendt se aleja de las proximidades y fraternidades, porque en ellas

Los diversos se convierten en uno (de modo que no es posible que se den alguienes diversos) La condición indispensable de la política es la irreductible pluralidad que queda expresada en el hecho de que somos “alguien” y no“algo”


 

Es preciso rescatar la función ético-política del disenso como medio de expresión de los que se diferencian ante el discurso uniforme de la ética discursiva que solo otorga valor moral al consenso, a la petición de principio que esconde las diferencias de las partes, ignorando que la única igualdad posible en el diálogo abierto es la diferencia. De ahí se deduce que la idea de consenso no es neutra, es ideológica, ignorante de ese “nosotros” que no es un plural que multiplica un singular sino que singulariza una pluralidad material y espiritual

Solamente en el intervalo entre la indiferencia de la unanimidad y las disparidades de la desigualdad, puede surgir una dimensión de pertenencia y de comunidad


 

La irremisible injusticia del mundo, el misterio de la alteridad irreductible, es el horizonte inapelable de la obligación de existir, gratuita y sin más explicación que la de pertenecer al misterio del mundo

La subversión es el movimiento natural del espíritu en cumplimiento de su vida. Pues la esencia de la vida humana es subversiva, revolucionaria, consiste en acceder sin cesar a barrer con lo muerto, para dar paso a lo vivo para renacer, para sustraerse a la posibilidad de servir a las fuerzas y poderes cuyo ejercicio de dominación contribuyen a esa existencia mecanizada e inhumana que vivimos

Así por ejemplo escribe Arendt:

Para calibrar el alcance del triunfo de la sociedad en la Edad Moderna, su temprana sustitución de la acción por la conducta y ésta por la burocracia, el gobierno personal por el de nadie, conviene recordar que su inicial ciencia de la economía, que sólo sustituye a los modelos de conducta en este más bien limitado campo de la actividad humana, fue finalmente seguida por la muy amplia pretensión de las ciencias sociales que, como «ciencias del comportamiento” apuntan a reducir al hombre, en todas sus actividades, al nivel de un animal de conducta condicionada

En este marco es posible señalar que progresivamente la modernidad consagra un pensamiento donde la política tiene un lugar suplementario, es decir, se la piensa como instancia social secundaria e innecesaria y, a la vez, como rama de conocimiento menor. No es necesario la política porque las determinaciones del orden se constituyen en otro lugar, en una instancia fundamental llamada sociedad

La política es pensada como epifenómeno de lo social. Lo importante pasa a ser, entonces, hacer ciencia social y no filosofía política. Esto se consagra en la utopía común de construir una sociedad, se trata de mostrar la politicidad de lo social

El desafio para el pensamiento político es la radical ausencia de fundamentos como caracterización de la contemporaneidad. Frente a la despolitización de la modernidad se recupera la política como lucha de fuerzas, es decir, economía de la violencia. Así, es posible reconocer un núcleo de politicidad ineludible en la institución de lo social. La crisis de los diversos fundamentos ha producido una radicalización de la política que ha dejado de estar en un lugar subordinado para adquirir un estatuto central. Política entendida como los conflictos, las disputas, las luchas para otorgarle una u otra forma a la vida en común. La violencia viene a indicar el cruce entre contingencia y estabilización, es decir, entre conflicto y orden

No basta pensar la forma del estar en común, sino que es necesario pensar la buena vida en común. Justicia viene a señalar ese exceso, ese plus que no tiene que ver con una determinación ética o moral del bien,

Vale decir que lo que nos ocupa es el excedente de ese hecho, es el exceso por encima del vivir -y por encima del «vivir-juntos» simplemente social- del «vivir bien» que por sí solo determina la zoé. Es ese «bien» en suma -ese «más» que toda organización de las necesidades y que toda regulación de fuerzas-, es ese «bien», que por cierto no cargamos con ningún peso moral, es ese «bien» actualmente indeterminado lo que sigue estando en fuga

Esto presenta una dificultad particular para el pensamiento, puesto que sea desde una idea sustantiva de justicia o de bien, sea desde una determinación formal de la misma, la justicia se ha pensado generalmente desde un criterio, es decir, ha requerido siempre un fundamento. Por ello cuando se radicaliza la ausencia de fundamentos, lo cual tiene como correlato la privatización de todo ideal de buena vida, la justicia aparece como un problema imposible. La cuestión es cómo pensar políticamente la justicia desde esa violencia irreductible. Política, entonces, como la tensión entre violencia y justicia.

La cuestión sigue siendo cómo pensar la justicia en un marco de radical ausencia de fundamentos. Dicho de otro modo, la política se ubica en la forma del estar-juntos donde el tiempo, ya no es homogéneo, y conjuga la herencia como tarea y la apertura como porvenir

Pensar las formas de vida vuelve a ser una de las tareas del pensamiento político, no en la prescripción desde la virtud, sino cuando la vida es uno de los problemas políticos por excelencia


Sabemos que el mundo es un conjunto de significaciones, siempre problemática, frágiles y fragmentarias que son las que teóricamente le dan sentido. Cuando nos interrogamos sobre él y lo cuestionamos desbaratamos la supuesta armonía donde se sostiene, y la pregunta plantea la incertidumbre sobre el conjunto de significaciones que le dan sentido. De ahí la íntima cercanía entre la pregunta y la crisis de sentido. Existe la pregunta cuando el sentido pierde coherencia, totalidad, realidad, cuando el sentido pierde sentido.El mismo preguntar nos desacomoda porque perturba nuestro modo de estar en el mundo

El interrogar se convierte así en un tajo, una herida en el sistema del mundo. Así se produce esa distancia que es la causa de su proceso de desnaturalización, que es donde la política comienza y pone en cuestión el sentido como totalidad allí donde constituye una forma de vida. Al cuestionar el mundo como tal se discute la configuración misma de sentido, que implica las dimensiones de la alteridad y la pluralidad

Todo preguntar es constitutivamente político, porque el mundo comporta un estar o ser - con - otros

En una situación de crisis la contingencia se hace explícita, y por ello es el momento en el cual la política y lo lingüístico en tanto problemas están irremediablemente unidos. Pero por esto mismo la crisis es una posibilidad, allí entre un mundo que ya no es y un mundo que todavía no es. La contracara de la crisis es el retomo de la política, una concepción del lazo político como institución del estar-juntos: " un resurgimiento de la cuestión de lo político que, en su actualización, pone al día, para reformuIarlo, el enigma de lo social, Así se acentúa la necesidad de volver a pensar el lazo político constitutivo de toda forma social. Por ello es una reacción frente a la consideración de la política como algo suplementario; se reconoce el lazo político como instancia de mediación de lo social

En una situación de crisis, la contingencia se hace explícita, y por ello es el momento en el cual la política y lo lingüístico en tanto problemas están irremediablemente unidos. Pero por esto mismo la crisis es una posibilidad, allí entre un mundo que ya no es y un mundo que todavía no es.

La política, lejos de ser una superestructura, ocupa el papel de lo que podríamos llamar una ontología de lo social

Así tocamos la singularidad de la política, la política no desencantada pero tampoco sin acuerdo con el mundo. y, puede considerarse una vuelta a construir un lugar donde se crucen política y pensamiento, o sea, no asignarle al pensamiento una tarea específica y ubicar allí la política, sino asumir la tarea política del pensamiento. La tarea del pensamiento como tarea político

 

Marzo 17 de 2024