Ha extraviado la palabra y todas sus ideas parecen haberse ido con ella pero es allí donde acontece la escritura, una escritura blanca, ausente, neutra. Neutra - no vacía - sino indeterminada, una plena virtualidad. Es una voz inaudible, un susurro continuo, intransmisible, porque no deja de deslizarse interminable e incesantemente en la escritura donde la palabra ya no habla sino que es
Acontece como negatividad, un no - ser del lenguaje como comunicación y que emerge solo del devenir de la palabra. Una voz neutra que solo resuena en el espacio de lo indeterminable, que no admite ser pronunciada ya que dice lo inapropiable, de ahí su mudez. Habla desde las bambalinas resonando, no puede ser oída ni pronunciada en su inocencia original sino a través de su eco
Lo que se narra en la escritura es lo que sucede en ausencia de la narración
No se trata solo de leer intentando ver más allá sino de ver el vacío en lo que se lee. Un lenguaje que nadie habla, que usa las palabras para decir nada, un lenguaje en suspenso entre el habla de todos los días y el silencio ancestral, entre la posibilidad y la imposibilidad de hablar, que narra lo que sucede cuando nada sucede, donde es imposible expresar lo que se sabe sino lo que no se sabe. Ese no - saber es el que emerge de la propia desaparición del sujeto como escritor, de la muerte de la voz y del mismo acto de escritura como un requisito de su sentido autosuficiente. O sea, la presencia sin presencia de lo impersonal
El poder de este acontecer del lenguaje vulnera los sentidos asfixiados, saturados, los perturba para reinventarlos, para hacerlos decir - no se sabe qué, a quién, ni para qué. La escritura transfigura lo sabido, lo habitual, en ignorado e inhabitual. Disfraza al lenguaje desconocido en conocido
La escritura es eso que en cada frase toca el cuerpo sin poder, necesitar o querer significarlo
Las palabras a veces parecen aliadas del vacío que no es otra cosa que la plena invisibilidad del mundo, cuya evidencia debe ser señalada por la palabra, un vacío que no se deja ver, una fisura por donde se expande esa invisibilidad. Este espacio sería el caos que no está vacío sino lleno de vacíos, una virtualidad plena de virtualidades, puro azar, y este tiempo ya no sería ni lineal ni cíclico sino desarticulado, donde la escritura es resonancia del sentido ausente y donde la voz del autor se disemina
El escritor está obligado a inventar un espacio que será el eje vital de la experiencia de escribir, un espacio de libertad, de disponibilidad, de duda, de vacilación. Escribir ya no se piensa como la experiencia de lo vivido sino con la incerteza del Afuera. Escribir es alojarlo, es la salida a ese Afuera que no reniega del sentido sino que lo conduce más allá, a un no - más - allá del sentido, provocando que el “yo” se evapore ante lo impersonal. Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar, es trazar un pliegue donde lo que se oculta no es más que el Afuera
Escribir es trazar un círculo en cuyo interior vendría a inscribirse el Afuera de todo círculo. Un círculo en el que entrando estamos incesantemente en el exterior
El abrirse a la escritura es dar consentimiento a un huésped, mientras se infiltra y se rehúsa, al mismo tiempo que va dejando su marca. Es estar a la expectativa de lo que la obra trae y retrae, un otro mundo que se oculta en este mismo mundo, quebrando radicalmente la linealidad acostumbrada de la lectura tradicional, la unidad de sentido, la representación de lo real, la soberanía del autor y permitiendo infinitas re-lecturas, clausurando así el carácter definitivo de lo escrito, cobijando entre sus letras el espacio secreto de la excedencia de sentido, infinito e inagotable, un resto, una huella, que se resiste a la significación
Se trata de leer lo que no está escrito, aquello que se da pero hurtándose, leer lo ilegible que no es el dificultoso intento de desciframiento de un sentido que de tan críptico nos impediría su acceso sino que se trata de resistir la renuencia del texto que nos expulsa, posibilitando la legibilidad incierta, dudosa, esquiva, perpleja, del azaroso e inconmensurable fluir de la escritura, una aventura de riesgo eterna e incompleta que la lectura debe apremiar, casi violentar. Allí radica su riqueza.
El lector es una especie de rehén que condesciende, que deja de existir como “yo” y se convierte en cómplice de ese otro que acaba de hospedar. En este movimiento se subvierte toda la textura de su existencia, viaja en el tiempo, atraviesa territorios hostiles y entreabre la puerta hacia ese misterio que nunca acabará de enunciarse, lo lejano, un vacío para el que no hay palabra, solo un acoso al silencio, pero que mueve esa dinámica de fuerzas entre el texto y el lector que pasa a ser una subjetividad sin sujeto que vive a expensas del otro en el mismo hueco que le va dejando
La apertura se da en ese otro que me lee, que me acompaña desapareciendo, provocando en mí lo que está fuera de mí. Alguien que no soy yo me transmuta pasivamente en otro y me enfrenta con la ignorancia de lo desconocido
Leer desescribe, incomoda, desconcierta, desacomoda, destituye, desubica. Es leer aquello que no está escrito, una presencia embozada, inquisitiva y convocante. La lectura al rescribir realimenta y reactiva no solo lo dicho sino aquello que da qué decir
Es escribir en lo que no es posible leer, en su oquedad. Es flotar sobre un abismo que hay que cruzar, dar el salto desde la letra a la ausencia, sostenido por lo incierto. Frente al texto flotamos en el anonimato, la pérdida de sí, la pérdida de cualquier tipo de poder, pero también de toda sumisión. Leer es asumir los silencios que interrogan y que permite que el lector se convierta a su vez en escritor
A veces se vive la lectura como la imposibilidad de descorrer los velos en dirección a un significado, un instante donde a pesar del esfuerzo por descifrar y atravesar las marcas, se experimenta lo inasequible de lo que se pretende encontrar, un significado, un sentido
Allí en ese punto estalla la diferencia que media entre la lectura tradicional y la nueva escritura que exige se la respete en su intempestiva forma de transitar la aventura del lenguaje, en medio de un mundo que ha llegado justo a sus bordes y solo se repliega sobre si, de espaldas al vacío de sentido. La escritura deviene cifra, y en la medida en que el sentido está siendo permanentemente aplazado, todo el texto está siendo en cada momento releído. El triunfo final de la escritura sería la total identificación entre significado y significante, la plena realización del signo, pero esa es su imposibilidad porque la fisura entre ambos es la real condición de su posibilidad, al igual que la existencia misma del mundo
Leemos en el mundo pero leemos el mundo
El texto entonces se extraña, se aventura más allá de los bordes donde se desconoce y donde no habita el lenguaje, un desafío que invita al lector a atravesar ese territorio incógnito y transgredirlo, resistirlo, ya que siempre hay algo que logra vencer lo ilegible y sortear provisoriamente la amenaza del sin sentido que se desplaza continuamente - aunque ese sentido siga siempre amenazado y no puede lograrse la significación del texto, siempre en suspenso - sin restituirlo una y otra vez porque la escritura se extiende en el límite de sus recursos y vuelve a revivir en cada relectura el riesgo del principio donde el sentido ya estaba irremediablemente exhausto
El texto se resiste pero el lector tampoco puede hacer otra cosa que resistirlo, no abandonar, encontrar la forma de negociar con su propia exclusión, con su sentirse desalojado. La vinculación con un texto es una relación de fuerzas y es ineludiblemente polémica, necesariamente conflictiva. Experiencia a cielo abierto. Un pasaje hacia el Afuera
Agosto 30 de 2024