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682 - Sentarse a escribir. Sentarse frente al mundo
Sumeegirse en una atmósfera de susurros casi ininteligibles donde quien escribe presiente la inminencia de algo desconocido,naciente, carente aun de palabras

La escritura irrumpe desde la impaciencia, de esa imprecisa inquietud, pero también de la paciencia de la espera de una ocasión para el sentido

Escribir es un estar suspendidos del magma del universo reescribiendo absortos el eterno acertijo que nos constituye

Hoy, en este tiempo saturado de lecturas, relecturas, escrituras, rescrituras, diseminaciones sin fin, asistimos al desvanecimiento de esa zona blanca que qguarda. Ya no nos paraliza no estar a la altura de su provocadora entrega sino la presencia de multitud de otras voces que la texturizan. El espacio del lenguaje ha sido acotado por la biblioteca de todos y cada uno, y por el encabalgamiento infinito de los lenguajes fragmentarios que a veces no relacionamos al escribir a pesar de que han formado parte de nuestras lecturas. Nos hemos olvidado puntualmente de su genealogía individual a pesar de que esas son las voces que nos condujeron hasta nuestro aquí

 

Hoy también somos testigos de que el autor ya es una figura casi en extinción. La red al copiar, injertar, tejer, destejer, yuxtaponer, lo ha despojado de su soberanía, así el texto singular se ha independizado de su supuesto autor y de cualquier otro que pretenda adjudicarse su autoría. Esta ausencia rompe el límite del texto, impide su cierre, su totalización. El origen se disemina y se da en una multiplicidad irreductible

 

Hay una mirada insobornable, un ojo virgen que ve dentro de esa oscuridad no empañada de lenguaje, un mundo desnudo, intocado de significación, un mundo mudo donde se apoya lo dicho, un cosmos liberado de la palabra: un territorio de silencio

Pero el mundo reclama su habla, es como si dispusiera en silencio de ese sentido mudo, y como si lo propio del lenguaje en el antes que precede a toda significación fuera recoger ese sentido mudo de las cosas, llevarlo a lo explícito y conducirlo a lo que luego devendría sentido del mundo

 

Pero significado y significante han sido fatalmente separados, media entre ellos una distancia, un continuo diferirse, y el sentido, indecible, ha devenido infinito deslizamiento de sentidos. El texto se ambigua, se fuga sin interrupción y se desarticula por el flujo de la improvisación que revela lo esencial. La escritura resta como huella, como ausencia de algo que allí estuvo en otro tiempo y que no obstante aun persevera en el presente

 

Nuestro lenguaje habita sobre aquello que está antes de lo que nos diferencia de los demás, comienza en la frontera entre el mundo y la palabra, en un murmullo anónimo, en un balbuceo impronunciable, en el no - comienzo del lenguaje donde hallarán su lugar todos los sujetos, los yoes, los significantes, y se alojará todo lo que haya qué decir sobre el mundo

 

Hay palabras que devoran el mundo, no lo nombran, se apoderan de él, lo cristalizan, y hay palabras que respetan el secreto de las cosas y las devuelven a la tierra, se ponen en consonancia con la necesidad de recuperación permanente del habla de las cosas mismas. El lenguaje deja de ser así comunicación para ser mostración, irradiación. Las cosas no están escritas, apenas están ahí en perpetua creación, como las raíces y las flores, el amanecer y las espinas, infinitas, un continuo aparecer, el gestarse constante del mundo, lo real que nunca acaba de constituirse

 

Hay un lugar de ambigüedad en la escritura y es allí donde la inseguridad del pensamiento, su hálito improvisado, refleja el ir vacilante de la misma realidad, un tanteo constante para alojar lo inabarcable, lo real, ese puro acontecer

 

Al escribir ensayamos puntos de fuga, modos de la distancia.

Es la perplejidad de encontrar ese punto, ese murmullo en la garganta que no coincide con la letra, ese decir lo inefable, fundirse en la ebriedad del momento creador, el vértigo autista que intensifica la soledad del artista cuando deja ir su obra

 

Cualquier trabajo de escritura aísla a quien a ello se consagra y le encadena, allá donde esperaba salvarse

 

La escritura se reconoce en la anarquía propia del espíritu desprendida de la letra acomodada del decir anterior, es la incrustación no voluntaria de lo heterogéneo en lo homogéneo y es allí donde lo que damos por real se despeña

 

Hay quienes pueden contemplar el reino de lo imposible donde el poder no llega, son los seres que padecen una soledad esencial de esas incapaces de constituirse en un mundo

 

Escribir, un apartarse del ruido del mundo, un exilio en la tierra baldía del yo, un aislamiento ontológico, un quebranto de todo lo anterior, un espacio de cara a cielo abierto donde acoger lo imprevisto, la captura de un destello, lo que puede perderse solo a condición de perderse, un decir que no esconda ni revele sino que signifique y al mismo tiempo no-signifique, partiendo de las palabras casi al borde de su mudez, un decir que se aloje entre la presencia y la ausencia para que lo real respire bajo la piel de la palabra, desenterrando del fondo del cráneo una construcción fuera del tiempo de los hombres, poderosa e inalcanzable

 

Escribir, entrar en un devenir, un movimiento de desterritorialización, de abandono de toda estructura identitaria para ingresar en una zona de indiscernibilidad con un afuera siempre creciendo. Un afuera como la vastedad del espacio

 

La espera de lo desconocido, máscaras de la incertidumbre, señales y gestos de lo extraño, esa inquietud por alcanzar el antes de la palabra, errar en la nada de la significación, una palabra infinita reinventada en la demanda de la escritura

 

El hombre necesita mirar en sus abismos ya que lo real trasciende cuando deja de ser lo cierto y consolidado, cuando no busca respaldo en la obviedad, cuando salta por encima de la trivialidad

 

La singularidad de la escritura se mide por la resonancia que su lenguaje encuentra al contacto con la existencia como realidades desnudas que transmiten el fulgor de lo inalcanzable, el eco de una inasequible fuente subterránea, y que hoy se halla en los lindes de una cortina de humo que borronea lo que quiere contar y sobre todo lo que el lector corriente esperaría -no así los amantes del lenguaje como aventura de sí mismo - recibiendo en cambio probabilidades inciertas inmersas en discontinuidades asincrónicas, una sintaxis pulverizada y frases dilatadas por una morosidad que a veces se siente obsesiva, una estructura descentrada, inacabada, como algo que nunca se alcanza, algo que se encuentra en la pérdida y se pierde en el encuentro. Un mundo como caos donde ya no hay pivote; un eco acrónico, polvo de mundo en los márgenes de la escritura

 

Pero, no obstante, el escritor no renuncia porque sigue sentado frente al mundo

 

 

Noviembre 27 de 2024