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48 - La huella
Ojo que ve, no que mira, una vía desnuda, vacía de imágenes, de contenidos, de presupuestos, de ideas de lo conocido, una espera de lo nuevo, de lo que aún no fue, sin la pretensión de la verdad como horizonte, libre de la avaricia del pasado, plena de lo que llega, atenta a las señales - presencias calladas secretas ajenas de lenguaje.

Un instante para siempre cada vez

Un viaje de ida en un tiempo de ceniza entre las ruinas del pensamiento a ras de un viento anárquico que anuncia el acontecer. Un trayecto inevitable recostado entre el deseo y la ausencia que abre la distancia - que es la distancia misma - otro tiempo dentro del tiempo que jaquea la continuidad, se abre al asombro, comulga con la paradoja, demuele las nociones ilusorias de representación, realidad y verdad, y rompe la conexión "lenguaje –territorio-mundo" abriendo un espacio virgen donde cabe lo que nunca pensamos, lo que no enunciamos, lo que extraña la lengua trascendiendo la contingencia del lenguaje - un pasaje a lo impensado, nombrando lo otro que se olvidó el pensamiento que piensa la presencia pero sin la sustracción de la ausencia. 

Vértigo y precariedad, infinita ambigüedad de la letra, el lenguaje que me hospeda, me vulnera, me nombra, me despide

El hombre es un episodio de tiempo y lenguaje, un rizoma indescifrable, un pasajero de ida a través de la verdad del tiempo, un devenir desanclado de todo contenido pero no obstante inmerso en el lenguaje sin esperanza de poder huir de él. Hay un desgaste de la significación que sitúa al pensamiento en el límite de un sentido sin significado pero, a la vez, huella de un sentido abierto y latente, y a la vez la inminencia de un sin-sentido, el horizonte siempre desplazado de la significación, una oquedad a la espera de la continua e infinita alusión de lo que el lenguaje no puede nombrar, una reserva de lo inefable pero  inagotable del sentido, la diferencia entre la enunciación y todo posible aparecer. 

La huella no es significación, es un sentido en custodia, un sentido intraducible, la presencia que cede la palabra a la alteridad para afirmar su ausencia, que confirma la sed ontológica del hombre, el depositario de esa misma ausencia

Huellas silenciosas ocultas en lo que la escritura explícitamente excluye, un rozar la inmensidad a través de la palabra vacilante que tiembla anonadada de lejanía. 

Todo el universo de significados es oscuridad sin sentido, sintaxis de un discurso irredimible en el que las palabras siempre murmuran un destino metafórico y contingente, una apuesta a lo otro de la palabra, el reconocimiento de la alteridad. La indigencia de la lengua no puede con lo fortuito del Azar. Es el destino per se de la palabra, ser a través de su imposibilidad, de su inadecuación donde el lenguaje no alcanza

Se muere en el sentido, agotada la significación, se transita en el desierto de los puros significantes y se peregrina hacia donde resta la huella. Es el destino inherente del hombre al tratar de fraguar la hondura del sentido. La escritura es huella de huellas reinterpretadas sin fin en virtud de su poder de diseminación y es la que permite que el texto pueda permanecer abierto, indescifrable e inapropiable. 

La huella es el origen absoluto del sentido, lo cual equivale a decir una vez más que no hay origen absoluto del sentido en general 

Generamos perspectivas como sentidos provisorios pero sabiendo que todo es abismo y no hay sentido último, pero toda opinión es también un escondite, y toda palabra también una máscara

 La desmesura de lo oscuro. La desmesura del silencio. La desmesura de eso otro. Asumimos el exilio, nos estiramos más allá del yo a través de la escritura, urdimbre de incesantes diferencias y transformaciones tratando de recuperar lo que falta en lo que no está

Lo imprevisible, lo inesperado, el Azar

El hueco. La falta. El deseo

 El lugar del sentido está en el centro/ de lo que somos, una/ dulcísima vuelta hacia el asombro


 Enero 2017